Entre los numerosos paseos vespertinos por los arrabales del
pueblo que he venido realizando este verano, ha sido sin duda alguna los
entornos de la Ermita o Cueva de la Esperanza, y el vallejo del Arroyo Hortizuela los más frecuentados. Desde
esta pequeña elevación de la Esperanza en la primera ladera que nos conduce al
paraje de la Era Mata, con su pequeña población de pinos carrascos de
reforestación, la panorámica de los primeros barrios de Torrejoncillo del Rey a
la puesta de sol de estos días tan largos de verano, cuando la canícula nos da
un respiro y la luz de poniente aviva los colores del paisaje, es espectacular,
entretenidísima.
Esta antigua ermitilla en ruina, de tantísimo encanto en su
simpleza arquitectónica popular, se encuentra excavada en piedra de yeso aprovechando
la elevación natural del terreno, tan característico de nuestro término, que
inicia el camino de Horcajada. La entrada de arco abocinado, oculta la
extraordinaria cúpula de media naranja con gallones de su interior, con la
pequeña hornacina ojival al fondo de la cueva. Sentarse al exterior sobre su
bóveda, que parece mirar al pueblo en un eterno bostezar, cansada de soledad,
aburrimiento y abandono, para observar esta parte del pueblo a la luz del
atardecer, es un magnífico ejercicio para nuestros sentidos, que nos invita a un
verdadero acto de contemplación.
Desde este punto estratégico al noroeste del pueblo, donde se
divisan los orígenes de Torrejoncillo del Rey con sus primeros barrios: el de San Ramón
con las bodegas o cuevas de vino horadando sus cimientos, el de la
Salud con su otra Ermita, o el de El Calandrajo con su
entramado de callejones estrechos como una antigua judería…, uno puede pasar un
largo rato ensimismado con los detalles del paisaje urbano que desde la
Esperanza se nos ofrece, iluminado por la cálida luz de la puesta de sol a
nuestra espalda, como una pintura hiperrealista, e ir dibujando con la mirada
atenta los pequeños rincones: los patios y tejados, tapias desvencijadas, zopeteros
desgajados, viejas casas o nuevas a medio terminar, ya en ruina antes de su
primera ocupación, higueras, almendros, y algún que otro ciprés o pino
solitario que despunta al cielo…; detalles que habitualmente se nos pasan
desapercibidos, resaltados ahora por la última luz del atardecer, hasta que en
el crepúsculo, son los morados del cielo los que prevalecen y se van ocultando
estos detalles, y el pueblo comienza a fundirse en negro, quedando en la visión
únicamente el oscuro perfil delineado en el horizonte, en la postrera raya de
la noche.
Ermita de la Esperanza. Torrejoncillo
del Rey (Cuenca)
En esta zona extrema del pueblo denominada La Covatilla,
junto al rio Hortizuela: el otro Vallejo, por donde transita el camino del Corredor
del Cura y es punto de partida del camino de Horcajada, como es sabido
confluyen las empinadísimas calles de
Los Romeros, Empedrada, Cambroneros, y el denominado camino de este Vallejo
que parte desde la calle Cruz Verde a la altura del antiguo corral y
matadero de la carnicería de Ignacio y Honorina; y al fondo las siete carrascas
en lo alto, en el cerro que recibe su nombre: de las Carrasquillas, por lo que
no es casualidad que desde este punto de convergencia de tantos caminos y
calles se nos ofrezca una magnífica panorámica del poniente de Torrejoncillo.
Siempre me he preguntado, datada la Ermita como una
construcción contemporánea, qué movería a su construcción en este estratégico
emplazamiento, encrucijada de caminos que llevan al sur por el de Urbanos, al
oeste por el camino de Valparaíso de Abajo, o al norte por el ya nombrado de
Horcajada. Quizás el nombre de este paraje del que hablo: Covatilla, lugar
de resguardo entre peñas, reciba su nombre por la Ermita, y con la concha
esculpida en la piedra que da forma a la hornacina de la Esperanza, evoque un
motivo peregrino, de recogimiento para dejar el alma dispuesta para el incierto
viaje, o dar gracias por el ya realizado, con el pueblo al alcance.
Reforzaría esta hipótesis la
existencia de restos a la entrada del pueblo, por la calle Empedrada, de una
antigua casa de acogida, el Hospital de
Santa Rosa, para “hospedar a los pobres y curar a los enfermos, así
naturales como forasteros”, tal y como se describe en el libro Torrejoncillo del Rey. Su presente y pasado, de Julián Balsalobre.
Calle de la Cruz del Cantón
En la calle de la Cruz del Cantón, con la modesta cruz de
hierro pintada en negro y el Árbol del Paraíso que crece anárquico a su vera -libre
del cuidado de ajardinamiento municipal-, de todos los torrejoncilleros es
sabido la existencia del gran solar del Huerto del Juez: Don José Antonio
Balsalobre. Los paseos a la caída de la tarde en este verano por estos
entornos, la verdad sea dicha no se han limitado a la observación más o menos nostálgica
de aquel pueblo que no conocí, y en muchas ocasiones la curiosidad ha podido a
la reflexión, y me han llevado una vez más a la intrusión en estos solares agrestes
de tapias inexistentes o derruidas, desmembradas, y pasear por ellos entre la
maleza desbordada sorteando los enormes y altivos cardos borriqueros dueños del
pasaje, de olmos secos machadianos “hendidos” por la grafiosis, higueras
salvajes, frondosísimas, y viejas construcciones arruinadas.
Al olmo viejo, hendido
por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril
y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le
han salido.
El olmo centenario en la
colina...
Un musgo amarillento
le lame la corteza
blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
Recordaba la existencia en esta finca propiedad actual de la
familia Escribano Balsalobre, de alguna cueva, oquedades para el almacenamiento
de aperos o leña, y lo que realmente me atraía y llevaba a la invasión de la
propiedad privada: el pilón de este Huerto del Juez que servía de
alberca para el riego del soberbio huerto que algún día fue.
Tapia oeste, semiderruida, del Huerto
del Juez
Este estanque rectangular construido con sillares de piedra, recogía las aguas sobrantes del pilar de la Plaza de la Constitución de Torrejoncillo del Rey, y como digo se usaría para riego del hortal con un entramado de regueras y surcos, completo de verduras y hortalizas, árboles que imagino exuberantes de frutos, y abrevadero para el ganado imprescindible, una estampa bucólica hoy transformada en una imagen de desamparo; aunque mucha gente me ha contado el recuerdo de la existencia en sus aguas de pececillos de colores, boutade que me lleva a pensar también el uso de la finca para el esparcimiento y recreo familiar y que haría la delicia de los chiquillos. Quién sabe si también reflejaría en sus aguas la imagen de algún enamorado no correspondido, sentado en sus sillares en un atardecer, observando melancólico y ensimismado el movimiento de los exóticos peces nadando ajenos a su amoroso pesar.
Pintada en la Calle de la Cruz del
Cantón, frente al Huerto del Juez
Hoy la construcción, como si de un paraje de Rivendel
se tratase, el ficticio refugio élfico de las obras de J. R. R. Tolkien,
se encuentra oculto cubierto de hierba, que para dar más ensoñación al relato
no es otra que velo o manto de la novia, con tal frondosidad que
impide el acercamiento al pilón y comprobar su estado, como si de un túmulo
centenario y olvidado se tratara.
Pilar del Huerto del Juez, cubierto de
hierba el Velo de la Novia
Pero el hontanar de Dº Pedro, situado a poco más de un km del pueblo por la carretera de Naharros, antigua carretera Socuéllamos a Castillejo del Romeral, en la escarpada ladera norte del cerro de las Carrasquillas hacia el Hortizuela, de donde se abastecía el pilar de la plaza desde finales del siglo XIX, no sólo nutría de agua fresca y corriente este estanque del huerto sobresaliente en la Cruz del Cantón. Como un depósito regulador en lo más alto y céntrico del antiguo núcleo urbano del pueblo, el agua sobrante llenaba otros pilares de los numerosísimos huertos extramuros y suministraba con las nuevas canalizaciones por las calles del pueblo las fuentes urbanas de otros barrios.
Pilar de la Plaza de la Constitución, antes Plaza Mayor
Estas fuentes urbanas eran las de la plaza de la Salud situada frente a la Ermita, inaugurada en el convulso 1936, y al pie del gran olmo muerto -cómo no- por la grafiosis cuyos tocones secos y mermados aún pueden verse al final de la calle Romeros; y la de la Ermita o plaza de la Soledad en la calle Romeral, obra del 1930, abastecida por una nueva red municipal dese el nacimiento de la Melonera, y cuyo sobrante continuaba hasta alimentar también un pequeño abrevadero ubicado en la confluencia de las calles Convento y calle Cristo, frente al silo, donde se situó la antigua báscula tras su derribo. Al menos estas dos, que forman parte de mis recuerdos, pero seguro serían muchas más las fuentes que, sin disponer las casas de agua corriente, darían el servicio imprescindible a los vecinos, ganados y bestias, de Torrejoncillo del Rey. Como las tres fuentecillas y su pequeña pileta instaladas algunos años después: la de la calle Iglesia en la puerta de las escuelas, que aún existe, la de la calle Capitán Calleja, antigua calle de Las Parras, esquina con la de la Soledad en la fachada de la casa de Regino, y por último la de la calle Urbanos, antes calle Honda, esquina con la bajada por la calle Pradillo. Un recorrido exacto por estas fuentes, bien merecían una atención aparte, elementos constructivos básicos para el abastecimiento, desparecidos a la espera del relato arquitectónico y etnográfico.
Fuentes de la Plaza de la Soledad (1930) y Plaza de la Salud (1936)
Aquí nos detendremos en el paseo veraniego, ahora en la Calle Callejuelas esquina con la calleja de la calle Ayuntamiento, en el límite con el solar propiedad de la familia de Eulogio García, el Canijo; otro espectacular paraje en los arrabales del pueblo. Este antiguo Huerto de la Gallega, Rompisaca, propietaria originaria, otra prócer familia del pueblo, también abandonado, está dispuesta en numerosos tablares de múltiples desniveles laberínticos, sujetos por viejos muros en mampostería de piedra de yeso, -alguno esconde en sus cimientos una pequeña cueva- y restos de tapias muchos de ellas caídas o restos en pie en un equilibrio imposible, y que confieren a la finca un especial encanto romántico, de alturas y rincones.
El espléndido solar -tiene una
extensión de 3.000 m² frente a los 2.000
m² del Huerto del Juez- en
su punto más alto, como digo en la Calle de las Callejuelas, encontramos el
primer pilar de esta finca. Se trata de otra construcción rectangular también
de grandes sillares y piedra de yeso, de unos 10 m² de superficie construida, aunque parte de su estructura ya
está derruida y haría imposible la contención del agua, como una triste
metáfora de lo que hoy es el pueblo y su declive, y cuenta con una profundidad
de un metro: unos 5.000 litros de agua de manantial, dispuesta a la irrigación.
Pilar 1 del Huerto de La Gallega, en
la Calle Callejuelas
La sorpresa en el deambular estival por este otro paraje la
recibimos con otro grandísimo estanque recóndito, limitando con la calle
Empedrada. Se trata de otra impresionante construcción hidráulica de unos 20 m² de superficie y una capacidad de almacenamiento de agua de
unos 16.000 litros, que también se abastecía del sobrante del pilar de la
plaza. La obra está muy bien conservada, con su curioso rebosadero casi intacto,
y eso sí ha perdido toda impermeabilización y función, y está cubierta de broza
y maleza que impide verla en toda su magnitud, con el resto de las ya descritas.
Los hongos se han apoderado de la piedra arquitectónica y nuevamente el lugar
parece sacado de Ryhope, el bosque ancestral y mágico de la
novela fantástica Bosque Mitago, de escritor británico Robert
Holdstock; o por qué no en estos anocheceres, de una escena espectral de un
relato romántico del diecinueve, de Pedro Antonio de Alarcón.
Pilar 2 del Huerto de la Gallega, o
Rompisaca.
Al solar fantástico no le falta detalle, y cuenta igualmente con
un pozo tradicional revestido de piedra, tan escondido como peligroso en la
penumbra, oculto en unos de sus rincones quiméricos. El agujero a pie llano, sin
brocal, de casi un metro de diámetro, tiene una profundidad de 5 metros, y aún
conserva el madero travesaño donde se engarzaría la garrucha para el balde de
extracción del líquido elemento. Si nos asomamos con precaución, inevitable, podemos
ver al fondo el espejo del agua estancada y corrompida, y en su tenue reflejo
sentir el vértigo de la escena espectral.
Pozo tradicional del Huerto de la
Gallega, Rompisaca
Va finalizando nuestro paseo en el enclave en el que
comenzaba, para detenernos ante el último pilar del relato. Se trata del
situado en el antiguo Huerto de Don Pepe Cruces, hoy propiedad de la
familia de Domingo Saiz, el Muletero, y siguiendo el diseño de los
anteriores, se trata de otra alberca de construcción rectangular a base de
grandes sillares, de 8 m² de superficie y con una capacidad de
casi 5.000 litros de agua. Ha perdido el detalle del rebosadero, pero dispone
de una pequeña pileta para la regulación del agua muy curiosa. El huerto se
encontraba antiguamente tapiado en mampostería de yeso, aunque estos tiempos modernos
ha sido sustituida dado su estado ruinoso por una valla metálica, que nos
permite disfrutar con mirada curiosa de este antiguo huerto, sin la fatal
intrusión. El pilón ha sido recientemente limpiado y restaurado, cosa muy de
agradecer, y podemos observar con todo detalle sus características y hacernos
una idea de la esencial función de esta arquitectura hidráulica. A su vera, aún
prevalece un lilo que evoca tardes de recreo en estos huertos, pues la gran
mayoría disponían de merenderos para el esparcimiento, a la sombra de laureles,
emparrados y frutales, y el agua fresca corriendo por las acequias, para el solaz
familiar en los calurosos días de verano.
Pilar en el Huerto de Pepe Cruces, recientemente
restaurado por la familia Domingo el Muletero.
Es de suponer que este último pilar, el situado a menor
elevación de todos los hasta ahora descritos, casi al nivel del cauce del
Hortizuela, recibiría el último bordaño subsidiario del manantial de Don
Pedro, aunque bien podría ser que se abasteciera de otra manantial al pie del
pueblo, la fuente natural de El Caño
y su abrevadero, hoy desaparecidos, ubicados en el solar anejo al
del Muletero, el de Alejandro Mosca.
Alejandro Mosca, en la puerta de su
casa, La Ermita de la Salud.
El libro de Don Julian nos da una descripción precisa de esta
fuente y su pilón desaparecidos, con lo que no nos entretendremos en reiterar
su descripción, teniendo tan a mano el libro fundamental. Sí recordar que la
fuente de El Caño además abastecía el Molino de aceite emplazado en este
singular lugar, conocido como el Palomar de Mosca, tapiado elementalmente
con viejos somieres oxidaos, parrillas de frigoríficos, y algún que otro
cachivache de difícil descripción, y que aún atesora algún curioso resto
arquitectónico quizás de la extinta almazara, como una puerta con arco de medio
punto tapiada en piedra. La piedra solera del molino creo también se conserva. Sería
difícil suponer que el molino de aceite fuese hidráulico, al ser la fuente de
El Caño un manantial, incapaz de generar fuerza motriz para mover el molino,
con lo que supongo sería tirado por acémilas, de tipo noria, movido el rollo
por el cansino y monótono trotecillo circular de algún viejo borrico, alrededor
de la piedra solera que escurría el otro “líquido elemento verde”, el preciado
aceite de oliva.
Posibles restos del antiguo molino de
aceite en el Palomar de Mosca, en la Covatilla
Junto a la fuente de El Caño, en la encrucijada de las calles
citadas de los Romeros, Empedrada y Cambroneros, coexistían otros huertos como
el de la familia Murie, o el de los Muñoces, pero sin vestigios
de pilares. Sin duda alguna sería hoy todo un espectáculo poder observar el
pueblo desde la Esperanza con estos huertos en todo su esplendor, a pleno
rendimiento de labores hortofrutícolas, poblados los caminos de transeúntes, de
carros y mulas cargados de productos para el comercio local.
Existían según me han contado dos pilares urbanos más, más céntricos, que también se abastecían del pilar de la antigua plaza Mayor. Uno situado junto a la actual plaza del Ayuntamiento, en concreto en el callejón de San Juan, para el riego de otro huerto que era propiedad de la nombrada familia de los Muñoces, y que se extendía hasta el patio trasero de la actual iglesia. Este pilar ha desaparecido y el huerto está segregado, ocupado por numerosas casas de segunda residencia y patios. El otro situado en los corrales de la casona de la calle Entreplazas, frente a la tienda de la Angelines y la casa de Fortuna y Piedad, antigua propiedad de Doña Pepita, hermana del Juez Don José Antonio, si bien la titularidad actual es de la familia Escribano Balsalobre. Desconozco si aún se preserva.
Detalle de antigua placa del callejón
de san Juan, en la fachada de la casa de Los Cuestas
Como vemos, todas ellas antiguas propiedades de las grandes
familias pequeñoburguesas del agro de Torrejoncillo del Rey, otrora poderosas, que
gobernaban la economía del pueblo desde finales del siglo XIX hasta mediado el XX,
cuando se produjo el gran éxodo del pueblo a la ciudad, época en las que fueron
vendidas a pequeños propietarios y renteros, o descuidadas por los herederos hasta
hoy; familias diluidas en la sociedad moderna actual con sus descendientes
dedicados a profesiones liberales o al funcionariado, ajenos al elemento etnográfico
del antiguo patrimonio.
Restos de tapia del Huerto de la
Gallega. Al fondo la Ermita de la Esperanza
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
y no hallé cosa en que poner los ojos
que
no fuese recuerdo de la muerte.
Pero no nos desviemos del camino, que no es este el de la
sociología del pueblo el objeto del relato, y volvamos al curso del agua, en el
molino de aceite donde nos detuvimos, para
poner fin a este paseo veraniego por los arrabales de Torrejoncillo del Rey
justo donde comenzaba, en la Ermita de la Esperanza en el paraje tantas veces
nombrado de la Covatilla, junto al vallejo del río Hortizuela, donde desemboca
este viaje por las primeras obra hidráulicas de abastecimiento de agua,
iniciadas allá a finales del siglo XIX; red que comenzaba en el manantial de
Don Pedro, y que con una ingeniería artesana, precisa y subsidiaria de vasos comunicantes,
transporta no sólo el agua a estos pilares y fuentes urbanos, sino transcurrido
este tiempo ya, finalizada la última época de esplendor de Torrejoncillo del
Rey, se trata también de un breve recorrido por parte de la historia y el
patrimonio contemporáneo de nuestro pueblo.
Panorámica del Vallejo, el del río
Hortizuela, y el paraje de la Covatilla de Torrejoncillo del Rey.
Completo este reportaje con un plano de la Dirección General
del Instituto Geográfico y Catastral de
Torrejoncillo del año de 1935, y que gracias a las indicaciones de mi amigo
Pedro Briones, descubro y obtengo del Centro de Descargas del Organismo
Autónomo del Centro Nacional de Información Geográfica, un valiosísimo
documento donde aparecen representados muchas de las obras hidráulica,
edificios, lugares, y calles con su antigua toponimia, por los que ha
transitado este artículo, como las bodegas del barrio de san Román, la fuente
de la Soledad, el Molino y la fuente del Caño, el antiguo huerto de Pepe
Cruces…, un callejero imprescindible, interesantísimo, también para la ayuda a determinar
los orígenes del pueblo; y como un mapa de la memoria para aquéllos que quieran
hacer un recorrido, desde el respeto a las propiedades privadas y el cuidado de
las construcciones, por esta fantástica ruta urbana del patrimonio histórico,
lamentablemente sin la especial protección, de pilares y fuentes de
Torrejoncillo del Rey.
Detalle del Mapa de Torrejoncillo del
Rey, de 1935, de la D. G. del Instituto Geográfico y Catastral
Inventario de este relato; Ruta de Pilares de Torrejoncillo del Rey:
1. Manantial de Don Pedro
2. Manantial de la Melonera
3. Pilar de la plaza de la Constitución
4. Pilar del Huerto del Juez, en la calle Cruz del Cantón
5. Pilar 1 del Huerto de La Gallega, en la calle Callejuelas
6. Pilar 2 del Huerto de la Gallega, en la calle Empedrada
7. Pilar del Huerto de Pepe Cruces, en la calle Romeros con Empedrada
8. Pilar de Los Muñoces, desaparecido, en callejón de San Juan
9. Pilar de Dª Pepita, en la calle Entreplazas (se desconoce si prevalece)
10. Fuentes:
10.1 de la plaza de la Salud
10.2 de la plaza de la Soledad.
11. Fuentecilas:
11.1 de la calle Iglesia
11.2 de la calle Capitán Calleja
11.3 de la calle Iglesia Urbanos
12. Casa – Hospital de Santa Rosa.
13. Restos del Molino de aceite, en el Palomar de Mosca, en la Covatilla
14. Ermita o Cueva de la Esperanza, en la encrucijada de los camino a Valparaíso de Abajo, y a Horcajada.
1.
Torrejoncillo del Rey, otoño de 2021
Carlos Cuenca Arroyo, es empresario y concejal
del Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey
BLIOGRAFÍA
Torrejoncillo del Rey. El presente y su pasado. Julian Balsalobre.
Edición de 1996
A un olmo seco. Poema de Antonio Machado.
Miré los muros de la patria mía. Poema de Francisco de Quevedo.
https://centrodedescargas.cnig.es/CentroDescargas/index.jsp
https://www.sedecatastro.gob.es/