martes, 2 de septiembre de 2025

LA TRICOTOSA DE TORREJONCILLO DEL REY


No hace muchas semanas tuve un encuentro casual en la calle, frente a la Ermita de la Soledad, con
Rosario Briones y con la Lucía, que conversaban animadamente. La Lucía salía de su casa después de entretenerse un rato, ahora segunda residencia desde que se trasladó a vivir a la Vivienda Tutelada municipal de Torrejoncillo del Rey. Lleva viviendo unos años en este centro de mayores, pero no hay mañana que no recorra el pueblo de parte a parte con su paso lento de achaques, apoyada en un andador con frenos. Un trayecto por delante de casas en su mayoría deshabitadas, que inicia desde el final de la calle Cruz Verde, donde se ubica este apacible centro asistencial extramuros del pueblo, junto a la plaza de los toros y frente al antiguo muladar. Recorrido que atraviesa la plaza de la Constitución y la calle del Viento, hasta el final de la calle Soledad, donde se encuentra su casa de toda la vida, la casa de La Morena.

Es una pequeña casa esquinera de dos plantas y la bajocubierta, la buhardilla. Aún mantiene la estructura de arquitectura popular alcarreña. Van quedando pocas en este estilo tradicional tan bien cuidadas y mantenidas en el pueblo. Sí, por el contrario, son muchas las antiguas casas abandonadas, algunas colapsadas que urbanizan los asentamientos de las calles del pueblo de solares con esqueletos estructurales, o colmados de escombros, amontonados, oprobio de los antiguos hogares, como túmulos de vergüenza y desamor[1], que proyectan una imagen de urbanismo decadente, problema común de los municipios rurales.

La estructura es de muros de carga, fabricados en mampostería de piedra de yeso tomada con barro y mortero igualmente de yeso y cal tradicional. En este caso, el revoco de la casa de la Lucía no cumple el coloreado estándar de la amplia gama de colores de la arquitectura alcarreña: “desde el azul al añil, a los rojos y ocres rojizos, pasando por los amarillos, anaranjados, ocres amarillentos y llegando a los grises[2]”, y sí el monocolor de la arquitectura manchega. La fachada reluce totalmente encalada de un blanco cegador a la luz del mediodía, purificador, honradísimo, que resalta las sombras de los aleros, rejas, y cables eléctricos como líneas rectas de tinta china trazadas sobre un papel rugoso de Fabriano, sin mácula.

Los huecos de esta fachada son pocos, al uso de estas construcciones humildes y sencillas, dignas, donde predomina la economía al boato. Un par de ventanucos por planta sin rejería, la puerta principal de acceso al edificio rehabilitada con aluminio lacado en blanco, y una única ventana abalconada a ras de suelo para iluminar la antigua taberna, ésta sí, enrejada, es toda la ornamentación. No sé si estas aperturas mínimas de fachada son para mantener la casa fresca en verano, y cálida y acogedora en el invierno, por esta condición aislante de temperatura y ruido tan excepcional que caracteriza la piedra de yeso tradicional, o para evitar que se escapen del hogar los recuerdos que atesora desde hace casi un siglo, o que se contaminen de voces indeseadas que puedan filtrarse por entre los huecos, y empañe la memoria guardada.

Aquí pasa las mañanas, como si fuese un Centro de Día a la inversa, registrando las sencillas y caóticas estancias de la casa familiar y antigua taberna, igualmente de muros encalados, blanquísimos, adornados con viejos retratos en blanco y negro de “su gente”, estampillas de Santa Lucía, rosarios souvenir de viajes con cuentas brillantes, y vírgenes de Urbanos que resaltan sobre las paredes inmaculadas, como estrellas marianas azuladas.

De aquí a allá, subiendo y bajando la escalera de peldaños irregulares de la modesta casa: de la taberna, hoy salita de estar, a la cámara, otrora habitación de trabajo. La imagino conmovida por la memoria olvidada al descubrir cachivaches envueltos en antiguos periódicos dentro del cajón de alguna cómoda. Abriendo y cerrando las diminutas ventanas para ventilar el pasado que habita la casa, y que no se mustien los recuerdos que se van desprendiendo en la inspección. Pasando el polvo y evitando que los ácaros devoren la memoria de la casa taberna de la Morena; o recolocando alguna ajada cortinilla de color incierto de una alacena, descolgada de puro cansancio de su cáncamo viciado, por la que se escapan los ecos de las acaloradas conversaciones de los clientes de antaño, ebrias de vino, de copones y de dioses.

Dejando pasar la mañana absorta en sus pensamientos y escuchando las voces del pasado, según pinta con paciencia, delicadamente, las láminas de los cuadernillos de mándalas sicodélicas. Celosa del hogar que fue. Manteniendo la casa familiar con la sola presencia de su venerable y lúcida ancianidad.


Presento los primeros párrafos de una nueva crónica costumbrista escrita este verano de 2025. En este enlace, el texto completo de LA TRICOTOSA DE TORREJONCILLO DEL REY.



[1] Partiendo del hogar. Como ser conservador. Roger Scruton. 2014

[2] La arquitectura tradicional de la Alcarria conquense. José García Grinda.

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